Reflexiones de una mujer viajando sola

La única desventaja de andar viajando sola: Tener que entregarte a los designios del self timer. Aquí estoy, en una playa oculta cerca a Punta de Lobos, Chile, con media cabeza cortada. 

¿Por qué viajas sola? ¿No te da miedo? Son las preguntas que más oigo y la respuesta ya sale automática: No tengo nada a qué tenerle miedo y cuando ando viajando sola hago lo que quiero y voy a donde quiero. Es así de simple.

Cuando empecé a viajar siempre lo hice en grupo, primero con mi familia, luego con amigos. Eran grupos grandes, de 5 personas en adelante, y por mucho tiempo pensé que la única y mejor manera de viajar era acompañada.

Aún así, desde muy pequeña recuerdo siempre necesitar tiempos y espacios únicamente para mí, sin la presencia de nadie más. Me gustaba irme al último rincón en la cancha de fútbol del colegio a leer, en las reuniones familiares siempre terminaba escondida en alguna habitación haciendo lo mismo y en los viajes era menester alejarme a explorar por mi cuenta o tan siquiera sentarme a ver el paisaje. Ocurre también que en algún momento me metieron en la cabeza la idea de que si estabas solo, era porque nadie quería estar contigo y siendo mujer, peor aún, pues además resultaba siendo un peligro.

Como decía, en cuanto a viajes he probado bastante: Las vacaciones con la familia (desde la directa, de 5 personas, hasta el súper viaje familiar con un autobús entero solo para nosotros), con los amigos (de 1 hasta como 15), el tour lleno de desconocidos y los paseos en pareja. La mayoría han sido buenas experiencias, otras no tanto y lo que todas me han enseñado es que 1) El éxito de un viaje en compañía depende casi enteramente de quién sea esa compañía y la sincronía que haya entre todos 2) Que mi compañero de viaje favorito soy yo y nadie más que yo y 3) Que no hay nada que temer.

Cuando andas viajando sola tú decides la ruta, tú decides los tiempos. Hay días en los que prefiero no hacer nada, estoy cansada y solo quiero echarme en la cama, en el saco de dormir, en la playa o en el pasto a mirar el cielo, tomar una siesta o ver cualquier cosa en Netflix. Hay otros en los que prefiero que me duelan los pies de tanto explorar y no de haber salido a bailar. Algunas veces cuando viajo decido cambiar de rumbo a última hora, o devolverme antes de tiempo, o quedarme más de lo planteado y lo rico es que para tomar estas decisiones no necesito consultarle a nadie.

Viajando sola se me ha hecho más claro aún cuál es mi estilo al momento de viajar, y es que todos tenemos el nuestro particular y en mi caso tiene mucho que ver con la introversión. No viajo para andar de fiesta, ni tampoco para marcar un checklist de sitios por los que pasé pero que en verdad no conocí. Me gusta tomarme mi tiempo, me gusta adentrarme lo más posible en los lugares a los que llego, me gusta conversar con los locales, o más aún, escucharles, hacerles preguntas, conocerlos y conectarme con ellos de maneras en las que no podría haberlo hecho si estuviese viajando con un grupo que se llevase toda mi atención.

Viajando sola he, por sobre todas las cosas, encontrado la mejor manera de conocerme a mí misma, confiar en mis posibilidades y, no solo eso, sino también confiar en el mundo que me rodea. Porque cuando viajas sin compañía estás a merced total de los extraños, te obligas a ti mismo a abrirte a todas las posibilidades, a estar alerta y, ante todo, presente, consciente.

Aprender a viajar sola ha sido un proceso y una aventura en sí misma y este blog cuenta mucho de ello, no solo porque me gusta contar historias, sino también porque me gusta animar a otras mujeres a tomar este “riesgo”, demostrarles que no hay que ser ninguna súper heroína para ello sino que simplemente se trata de olvidarse de los miedos y embarcarse en la ruta hacia el real empoderamiento, porque no hay cosa más poderosa que el amor y la confianza, en el mundo y en uno mismo.