Migrar en busca de algún lugar llamado hogar

“Home and love are hard things for writers to have. Maybe that’s why so many writers pretend we don’t want them”. 

– Sarah Nicole Prickett.

No es fácil estar lejos de casa. Se hace aún menos sencillo cuando de tu casa ya no queda casi nada.

¿Qué es, después de todo, “casa”?

La casa es el lugar donde descanso, donde reposo y paro. Casa es un espacio en el que me siento yo misma. Un lugar en el que me siento a gusto. Como en los brazos de mamá, como la sopa de la abuela, como el corazón de un amor.

¿Qué es casa y dónde lo encuentro?

Maracaibo alguna vez se debió haber sentido como mi casa. Ahora es apenas un recuerdo amarillento, como una foto antigua, un video en Super 8 de los 70, con cortes en la secuencia.

No es tarea simple el encontrar tu lugar en el mundo. Por ahí me dicen que quizás no lo encontremos nunca.

A veces, Venezuela se siente como mi casa.

Otras, cuando pega la nostalgia, me pregunto si podré volver, si quedará algo a lo cual regresar. Si lo que sé, lo que recuerdo y lo que extraño existe aún o existió alguna vez.

Una mañana de febrero me despierto al lado de un compañero. Es verano y el cuarto es blanco, el sol se filtra entre las persianas y hace que todo resplandezca. Despertamos juntos en una casa que no es nuestra y parece de mentira, el niño okupa y la mochilera, una parada en el camino hacia otra fiesta. Otra aventura. Otro sueño.

Esa mañana perfecta le abracé y lloré. Mientras formulaba la pregunta en mi cabeza me iba dando cuenta que ella misma era una contradicción: “A veces ¿No sientes como que estás evadiendo la realidad?”  – ¿Pero qué realidad evado, si me encuentro aquí más presente que nunca? -.

En un mundo paralelo mi familia lucha contra un país que se derrumba. En un mundo paralelo la gente huye de sus casas con poco más que lo que llevan puesto y mientras tanto, yo aquí me encuentro, acomodada entre todos mis privilegios, preguntándome, desde la comodidad de mi burbuja, qué es mío, qué es de ellos, qué es nuestro.

Qué es cierto, qué es un sueño.

¿Qué puedo hacer yo al respecto?

Caleta Tortel Chile

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En algún momento de mi niñez descubrí la envidia en forma de un pasaporte con el escudo de Canadá. Uno que yo no tenía y mi hermana sí, porque por puro chiste del destino yo había nacido en Venezuela y ella en el primer mundo.

Entonces, de esa manera en la que solo lo saben hacer los niños, alimenté un rencor absurdo hacia mis padres que me habían hecho venezolana y no canadiense, hacia mi hermana y su doble nacionalidad, ella, que podía recorrer el mundo sin visas, para quien todas las fronteras estaban abiertas mientras yo quedaba irremediablemente destinada a una nacionalidad llena de trabas.

Si me fui fue porque sabía, porque intuía, que mis alas eran demasiado grandes para la jaula en la que me encontraba. Que aquella casa no era mi casa si en ella era incapaz de seguir creciendo.

En un momento igualmente he querido también huir de Chile y me he ido hacia el trópico, esperando re-encontrarme con una parte de mí que alguna vez escondí, solo para descubrir que no hay manera de elegir un lugar sin traicionar al otro y que, aunque me ponga las cholas de vuelta y aterrice en la cuna de las arepas, aquella casa ya no es mi hogar.

Elegí otro sitio y aquel, que alguna vez fue mío por puro designio del destino, ni siquiera me recibe amablemente. La visa chilena en mi pasaporte, la cédula vencida y mal fotocopiada, el calor al cual ya no estoy para nada acostumbrada. Soy una extranjera en mi propio país y aunque en el sur de vez en cuando me siento en casa, dentro de mí algo sabe que no soy de un lado ni de otro.

Aún así, volando por sobre los Andes y mirando hacia el Pacífico de a poco me doy cuenta que le atribuí a este lugar las cualidades de hogar y la idea de casa cambia a través del tiempo cuando identifico diferentes sitios y diferentes versiones de mí misma, cuando me doy cuenta que no tengo un solo lugar porque tampoco tengo una sola capa, una sola historia o una sola vida.

Distintos hogares y distintos renacimientos de mí misma.

Hoy, la casa en el bosque es mi casa. El lugar donde descanso, donde reposo y paro. Donde cuelgo mis fotos y descargo mi mochila. Donde conozco todos los trucos de las llaves y a los perritos vecinos. Donde me enrollo en la cama al lado de alguien que me ama y me acompaña. Alguien que también tiene muchas casas.

A Venezuela llegué por nacimiento, por puro designio del destino, Chile fue una casa elegida, la primera que tuve que armarme por mí misma. Una que hizo nido en mi corazón y me permitió hacer mi propia vida.

De quedarme entre mis fronteras asignadas habría sido, muy posiblemente, solo lo que ellas querían que fuera.

Migrar, sin embargo, me dio la libertad y el permiso para crear mi propia identidad mientras que el sur me regaló un lugar para adoptar, un refugio donde llegar, un espacio seguro para crear y crearme. Para entender que “casa” no es un lugar sino un sentimiento y que así como yo me muevo y me transformo, me armo, me desarmo y me construyo de nuevo, tan maleable como mi identidad son también los sitios a los que llamo “hogar”.

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