Crónica de un paso ilegal: De Colombia a Venezuela en estado excepción

Texto por: Ma. Virginia Parra.

La pasada por tierra de la frontera entre Colombia y Venezuela ha sido complicada desde que tengo uso de razón, especialmente cuando muestras un documento de identidad que no es ni de Colombia, ni de Venezuela. Sin embargo, cuando “la raya” se encuentra en estado de excepción, el acto de cruzarla es un verdadero acto de valentía y terquedad (por no decir de estupidez).

El estado de excepción partió en agosto en el área del estado Táchira y en septiembre se extendió al Zulia, Apure y Amazonas. Se trata de un decreto emitido por el gobierno venezolano para, se supone, frenar el contrabando y la criminalidad que caracteriza a la zona restringiendo el paso de mercancías y pasajeros.

Cuando compré mi pasaje a Colombia, ya sabía que haría el paso en bus hasta Venezuela, siempre fue parte del plan incluso luego que se cerrara la frontera y en ningún momento pretendí cambiarlo, así que mi historia comienza llegando al terminal de Maicao, el último pueblo grande en la guajira colombiana antes de la frontera con Venezuela. Son las 4:00 am y mi bus desde Barranquilla llega a su estación final donde se me presentan dos opciones: 1) Pagar 10.000 bolívares (US$12,5) por un puesto en un taxi colectivo que me llevará a mí y a otros 4 pasajeros directamente de Maicao al terminal de transporte en Maracaibo, hacia donde me dirijo en esta etapa del viaje, o 2) Tomar un bus gratuito que ha dispuesto el gobierno venezolano hasta “la raya”, donde según se me había explicado días antes los pasajeros se anotan en una lista por orden de llegada, esperando que se les revise el equipaje y se les sellen sus documentos de entrada, para posteriormente tomar un bus o colectivo y continuar el viaje hasta Maracaibo.

Esta última es la vía “legal”, por así decirlo y aquella que venía dispuesta a tomar hasta el momento en el que, haciendo algunas preguntas más de rigor, un funcionario del terminal me explica que para la fecha, de los buses del gobierno solo queda uno y la lista de espera de gente intentando pasar es tan larga, que solo se están dando cupos para cruzar la frontera el día siguiente al que te anotas.

Ante estas dos opciones la elección resulta obvia y decido pagar mi pasaje en el colectivo. En este momento el chófer me indica que debemos esperar hasta que empiece a amanecer para salir por temas de seguridad, por lo que tanto yo como los demás pasajeros nos sentamos a conversar y esperar que pase el tiempo. Entre esta conversación me voy dando cuenta del lío en el que me metí. El chófer nos habla de “las trochas”: Caminos paralelos a la carretera principal, custodiados por residentes de la zona, quienes han instalado cordones rudimentarios para cobrar y controlar el paso. Según me dicen estos caminos siempre han existido, son aquellos por donde pasa el contrabando y hoy día no solo se siguen usando para lo mismo, sino también para el transporte de pasajeros. Es este el camino por el que vamos a cruzar.

Amanece y comienza el viaje, el colectivo toma un tramo de la carretera y alrededor de dos kilómetros después se desvía para tomar un camino de tierra seca. Durante las próximas dos horas esto va a ser prácticamente lo único que veremos. En vista del estado de excepción lo que antes eran unos cuantos cordones en los que se cobraba una especie de peaje, han aumentado considerablemente. Un familiar cercano que cruzó la frontera en octubre, cuando recién empezaba el cierre, me habló de una decena de cordones, otro que la cruzó en noviembre nombró entre 20 y 30, yo, en diciembre, perdí la cuenta después de los 80. Los peajes van desde los 20 bolívares, hasta los 200. Durante todo este tramo veo cómo mi chófer empieza el viaje con una paca gigante de billetes de 100 y de 50 bolívares, los cuales va repartiendo a medida que nos cruzamos con cada cordón. Con algunos negocia el precio, a otros de los “guardianes” (que en su mayoría son mujeres, adolescentes e incluso niños en edad escolar) ya los saluda de nombre e incluso nos va contando pequeñas historias respecto a otros – “esta siempre anda con cara ‘e culo“, “a esta ni le hablo porque el otro día me le paré a negociarle y salió el marido con una pistola amenazándome” “este es de la guerrilla así que hay que darle 200 pa’ que te deje pasar y 200 más pa’ los frescos“.

Vale acotar que mientras nosotros íbamos hacia Maracaibo, vemos pasar en sentido contrario motos cargadas de bidones de gasolina, carros con los maleteros abiertos y llenos de sacos de productos regulados en Venezuela, en su mayoría alimentos como harina, azúcar o cartones de leche. Todos van hacia Colombia donde se venden a precios increíblemente mayores de lo que fueron conseguidos en Venezuela.

A eso de las 7:30 am, después de casi dos horas transitando entre estas trochas, llegamos al pueblo fronterizo de Guarero, en Venezuela. Hemos cruzado ya la frontera pero esto aún no termina. Aquí el chófer del colectivo nos cuenta que tenemos que hacer un cambio de carro, llegaremos a casa de uno de sus primos donde nos van a pasar a otro colectivo “porque si nos ven llegar [los guardias nacionales] en este lleno de tierra van a saber que nos vinimos por allá y nos van a buscar peo [problemas]”.

En el terreno de unas sencillas casas de adobe donde hay varios carros estacionados se hace el cambio, se mueve el equipaje de un carro a otro, nos montamos todos los pasajeros, se cambia incluso al chófer y partimos. A no más de 10 minutos de camino nos encontramos con el primer guardia nacional que nos pide a todos nuestras cédulas. Una de la pasajeras es colombiana residenciada en Venezuela, por lo que lleva consigo su cédula venezolana de extranjera residente, la cual se diferencia de las otras por ser de color amarillo. El guardia la examina detenidamente, se la lleva y conversa con otro. Vuelve y nos dice “son 100 bolívares por cabeza para no revisarles la maleta, y señora, por usted son 1000 bolívares porque no debería de estar pasando por aquí”.

Para quien no ha ido a Venezuela esto puede parecer insólito, pero es una realidad cotidiana, en este país las figuras de autoridad no funcionan bajo la norma sino que se rigen por las propias y este tipo de peticiones y sobornos es usual, por lo que cada uno de los pasajeros, incluyéndome, damos sin chistar nuestros 100 bolívares y hasta la señora paga lo suyo.

Un poco más adelante, otro GNB (guardia nacional bolivariano) nos detiene y es el mismo procedimiento, solo que esta vez además de los 100 bolívares hablan con el chófer exigiendo 5000 bolívares (US$6, aprox.) para que la señora con cédula de extranjera pueda pasar. El chófer procede a negociar la tarifa y consigue bajarla a 2000 bolívares, al tiempo que le advierte a la señora que este tipo de peticiones van a continuar y que va a hacer falta tomar otras medidas. Le ofrece conectarla con un conocido que maneja una moto, pagando 1000 bolívares ahora y dejando su equipaje en el maletero del carro la señora podrá montarse con él y pasar al frente de todos los demás guardias que faltan “porque ellos a las motos no les piden nada”, de ahí entonces pasaremos nosotros en el colectivo a recogerla y podremos seguir nuestro camino hasta Maracaibo sin que a ella le continúen cobrando para pasar. La señora accede y es eso lo que hacemos, unos 20 minutos de camino después la recogemos en plena carretera, ya a la entrada del sector de Los Filúos y donde las alcabalas en su mayoría han terminado, para así seguir con el camino sin más novedades hasta llegar al terminal.

Ahora, esta historia la cuento como advertencia más que como consejo. El paso entre Venezuela y Colombia a la fecha de publicación de esta nota se mantiene cerrado y en las mismas condiciones. Para mi viaje de ida me encontré con esto, pero a la vuelta, cuando tuve que pasar desde Maracaibo hasta Maicao, la historia fue distinta y no tan “tranquila”:

Llegando a Guarero en un colectivo por el que pagué 12.000 bolívares (US$15) en el terminal de Maracaibo, nos detiene un guardia nacional. Yo llevo mi cédula venezolana vencida (grave error) por lo que la muestro junto con mi pasaporte. Por esas cosas de la vida nos encontramos con un GNB que, aparentemente, tiene ganas de molestar a alguien así que nos baja a mí y a otro pasajero italiano para interrogarnos: “¿A dónde van?” “A Guarero” respondemos, siguiendo las órdenes del chófer quien antes de partir ya nos había advertido de este tipo de preguntas. “¿Qué van a hacer en Guarero? ¿Quién los espera ahí?”. Vale acotar aquí que Guarero es un típico pueblo fronterizo donde no hay nada más que casas, polvo y algunas vacas flacas, así que la respuesta de “vamos por turismo” no es para nada creíble. De esto se cuelga el GNB, quien decide revisarnos enteros porque según él, tenemos pinta de que llevamos drogas. Es tanto el jaleo que el chófer del colectivo decide dejarnos ahí a nuestra suerte para poder llevar a los demás pasajeros a destino (sin devolvernos nada del pasaje, por cierto), así que nos hemos quedado yo, una amiga que me acompaña y el italiano varados en Guarero, esperando que este guardia termine de decir que quiere (a estas alturas todos sabemos que lo que busca es un soborno) y soltarnos.

Hizo falta que mi amiga le comentara al GNB que su hermano también trabaja en la Guardia Nacional para que por fin nos dejara ir, sin quitarnos afortunadamente nada más que tiempo y tranquilidad. De aquí, tenemos también la suerte de conseguirnos con un bus lleno de pasajeros que iban hasta Maicao, cuyo chófer accede a llevarnos pagando 2000 bolívares por cabeza. Esta vez no pasamos por todas las trochas por las que tuve que ir a la ida puesto que el chófer y el colector hacen un negocio con los propios guardias nacionales que custodian la carretera de pagar 5000 bolívares “y una latica de chimó (tabaco masticable)” para que nos dejen cruzar la mayoría del tramo y que sea solo el pedazo del puesto de control fronterizo el que tenemos que evitar por caminos paralelos, hasta por fin llegar al terminal de Maicao y terminar con este viaje de pesadillas.

En conclusión, a quien esté leyendo esto le digo: No sea tan terco como yo lo fui y, en la medida de lo posible, compre su pasaje de avión para entrar a Venezuela desde Colombia y viceversa. No será cómodo, se lo aseguro, porque controles estrictos y autoridades corruptas están también en el aeropuerto, pero ciertamente no será tan acontecido como por tierra, en especial si, como dije al principio, llevas algún documento de identidad distinto al colombiano o venezolano.

Tanto Venezuela como Colombia son países hermosos que vale la pena conocer y recorrer con gusto, además es posible hacerlo con un presupuesto bastante bajo, pero si pueden, gasten un poquito extra en un pasaje de avión y ahórrense todos estos problemas. Mi mamá siempre dice que “por un gusto un susto” y afortunadamente, así fue, dado que ya pueden leer acerca de lo bello que la pasé recorriendo mi adorado país natal y disfrutando de todo lo que este tiene para ofrecer, así que no usen esta historia para desanimarse, simplemente estén advertidos y, ante todo, no tengan miedo: Venezuela es una aventura de la que, con el suficiente sentido común, no tienen por qué arrepentirse.

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