Siempre quise bañarme en un río de agua helada
“Que aventura… Siempre quise mochilear pero nunca pude”.
Esa frase la escuché hace más de un mes y desde entonces no me para de dar vueltas cada cierto tiempo. Se la oí decir a una mujer de unos treinta y tantos años, lo comentaba a su acompañante con una mirada nostálgica, viendo hacia un grupo de chicos en el que dos recién llegados contaban entre risas lo mucho que les había costado subir a dedo desde Radal hasta Puerto Inglés en el Parque Nacional 7 Tazas.
Me pregunto qué habrá sido aquello que nunca le dejó hacer eso que siempre quiso. Me pregunto cuál habrá sido su excusa al tiempo que pienso en todas las que yo alguna vez me puse.
Desde que tengo memoria quise viajar por el mundo. Es mi sueño más recurrente, grande y antiguo. Siempre quise viajar a tiempo completo, pero no fue hasta hace muy poco que de verdad lo vi factible. En teoría, me tardé tanto porque no podía hacerlo antes y mi lista de excusas pasa por cada una de las etapas de mi vida: Cuando vivía con mis papás no trabajaba, cuando empecé a trabajar era muy caro mochilear por/desde Venezuela, cuando me fui de Venezuela tenía que pagar cuentas para poder mantener mi vida de independiente, cuando ya no estaba tan apretada con las cuentas el trabajo no me daba el tiempo y así puedo seguir.
Estas excusas no son solo mías sino compartidas con muchos otros. He escuchado variaciones de ellas saliendo de las bocas de montones de amigos, conocidos, familiares y casi cualquiera que se asombra al escuchar mis historias o las de otros viajeros. Todos quisieran hacerlo pero ninguno puede.
No es trabajo mío juzgar la veracidad de estas excusas ni mucho menos la manera en la que cada quien decide vivir su vida. Estoy buscando todas las maneras posibles de evitar hacerlo mientras escribo estas líneas, mas tampoco puedo dejar de pensar en cuántas de estas justificaciones para hacer eso que supuestamente siempre quisieron hacer estas personas (sea viajar, mochilear, o cualquier otro sueño que uno tenga) no son más bien miedo y conformidad. En mi caso, todas lo eran.
Durante años tuve miedo a viajar sola. Luego le tuve miedo a viajar con poca plata, un imposible, pensaba. Una vez que vencí aquello, quedaba aún la conformidad. Sí, podría haber ahorrado dinero para irme una temporada larga a mochilear, pero en vez de eso prefería gastarlo en ropa, comida, cosas… compras de las que no me arrepiento, pero que mirando hacia atrás no eran realmente necesarias.
Quizás toda esa plata que me gasté en conciertos en los últimos años valió la pena, y me alegro de haberla gastado, pero también habría estado bueno tomar esos 20 mil pesos que a veces pagaba en la entrada para ver a una banda de la que solo me había gustado un disco y meterlos en una alcancía para los viajes. Quizás así no me habría tardado tanto en ver mis más grandes sueños haciéndose realidad.