Radal 7 Tazas: La aventura empieza cuando los planes fallan

Desde que llegué a Chile a vivir hace 5 años, uno de los lugares que más me recomendaron visitar fueron Las 7 Tazas, un monumento natural alojado en la Reserva Nacional Radal 7 Tazas en la VII Región. Una pequeña cascada cae sobre 7 pozones de agua y se supone es precioso, digo se supone porque si bien pasé 4 días en la Reserva nunca llegué a verlas.

En mi vida siempre he luchado con el tema de las expectativas: Tiendo a hacerme muchas y, por supuesto, rara vez se me cumplen. Es un tema que con los años y las decepciones he ido de a poco aprendiendo a controlar, pero eso no quiere decir que aún no me las haga. Es por culpa de ellas que me gusta viajar sin mayores planes, sin saber demasiado con respecto al lugar que voy a visitar. Sin embargo, en el caso de Radal 7 Tazas debo admitir que las expectativas venían altas, estaba esperando maravillarme con los sitios que me habían nombrado y pasar 4 días perdida en la naturaleza, acampando tal cual como me gusta, apartada de todo.

Lo cierto es que mi travesía empezó mal, ni bien había salido de Talca, mi punto de partida en el camino, cuando perdí mi ukelele, una de las posesiones más preciadas que llevaba conmigo en el viaje. Después de aquel bajón aún así estaba segura que mi suerte mejoraría y por momentos lo hizo: la primera persona que me recogió en la ruta iba directo hacia Molina, el primer desvío a tomar de la Ruta 5 Sur y de ahí conseguí sin problemas alguien que me llevara hasta Radal y que, de hecho, me convenció de seguir camino con él hasta Parque Inglés pues según, este era mucho más bonito que el lugar donde tenía pensado llegar primero.

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Parque Inglés, cuando el gentío ya se fue

Así que son las 4 de la tarde de un miércoles y llego con todo el calor a Parque Inglés, para encontrarme con un río transparente, unas bellísimas piscinas en las que ves a los peces nadando y a las que te puedes lanzar de picada desde las formaciones rocosas aledañas. Un flash.

Sin embargo, aquí viene la primera decepción y es que no solo está lleno de turistas, sino que todos los lugares de acampada son pagados, obligatoriamente. La verdad estaba ya bastante cansada como para ponerme a explorar una opción alternativa así que me decido a pagar una noche en uno de ellos, decisión que me hizo recordar precisamente por qué detesto los camping de este estilo, y a este estilo me refiero como aquellos camping donde las familias llegan con el auto cargado, la carpa de 5 habitaciones, sala y comedor, el bebé que llora a las 4 de la mañana, toda la carne para el asado y el equipo de sonido a todo volumen.

Creo que no es necesario ahondar más en la descripción y mi mala experiencia excepto decir que no encontré para nada la tranquilidad que estaba buscando.

Tras una noche no muy cómoda me desperté con SPM y un mal humor enorme, lo que más quería era salir de ahí así que mientras desayunaba empecé a explorar mis opciones, decidiéndome inicialmente a pasar una noche más en el camping, puesto que la idea de caminar por horas con mi mochila cargada de peso y sin rumbo definido esperando tener suerte y conseguir un lugar donde pudiese acampar a escondidas no me emocionaba mucho, así que me tocaba buscar la paz momentánea haciendo algún trekking por los alrededores.

Es aquí cuando la historia da un giro inesperado.

Voy empezando el sendero a Mala Cara, un trekking ligero de hora y media hacia unos pozones aledaños, cuando se me aparece la idea de dejar mi mochila grande en las guarderías del CONAF y cargar una más pequeña, carpa, saco y comida hacia El Bolsón, el único punto de acampada que se veía en los mapas al cual solo se puede llegar tras un trekking de 4 horas a intensidad media. Así que me devuelvo a desarmar todo, con la certeza de que esta es la mejor idea que se me pudo haber ocurrido, y empieza la real aventura.

El Bolsón, o la moraleja de por qué nunca se debe subestimar a la naturaleza

Radal 7 Tazas es una reserva nacional de más de mil hectáreas en la Cordillera de los Andes y el camino se compone de varias etapas: Radal, el último pueblito para adentrarse a la reserva, el Velo de la Novia, un salto de agua que se puede observar desde un mirador, Las 7 Tazas, unos pozones de agua cristalina donde cae el Río Claro y que son los más populares, El Salto de La Leona y Parque Inglés. Desde este último salen varios senderos, siendo el más largo y principal el que va hacia la Laguna de las Ánimas, teniendo entre medio el sendero Mala Cara, El Bolsón y el Valle del Indio.

Valle del Indio

Valle del Indio

Después de algunas preguntas de rigor decidí tomar el sendero hacia El Bolsón, el único camping autorizado a 4 horas de caminata partiendo desde Parque Inglés.

El camino empieza bajo la sombra de un bosque y de a poco va subiendo de intensidad, llegando a puntos en los que, para alguien con no la suficiente experiencia – como yo – se hace terriblemente duro. En ciertos puntos el bosque de robles desaparece dando paso a extensas áreas donde la vegetación no sube más allá de los 50 cms y el sol es implacable, tanto, que las emociones se van apoderando de uno y no hay nada más en lo que puedas pensar que en las ganas que tienes de salir de allí.

Esto no era lo que me esperaba ni mucho menos lo que andaba buscando, pero soy terca así que no queda de otra que seguir caminando. Sin embargo, en algún punto entre medio de aquel peladero, cuando uno decide levantar la vista del sendero compuesto de piedras y tierra, se asoma el Colmillo del Diablo, un macizo andino que te acompañará durante el resto de la caminata y cuya vista seguramente no olvidaré nunca.

A medida que seguía el sendero empiezo también a escuchar el Río Claro, que aunque no se cruza con el camino, está ahí, acompañándote y solo se necesita abandonar la ruta unos minutos siguiendo el ruido del agua para encontrar pozones ocultos donde darse un chapuzón e incluso montar campamento, aunque esto no lo sabría yo sino al emprender el regreso.

Tras lo que terminaron siendo 5 horas de caminata intensa, por fin veo venir hacia mí El Bolsón, una extensa pradera rodeada de cerros y verdes, con el Río Claro bordeándole, lo más parecido a un oasis que he visto jamás.

El Bolsón

El Bolsón

Ahí instalé campamento, con mi carpa mirando hacia el Colmillo, que se ha convertido ahora en una especie de tótem personal, pensando en lo hermoso que se debe ver el sol saliendo por detrás de esa roca majestuosa.

A estas alturas me queda solo un día y medio para disfrutar del lugar, pero tengo los pies hinchados de tanto caminar y decido tomármelo con calma, obviando la caminata de 5 horas hacia la Laguna de las Ánimas y conformándome con el Valle del Diablo, a una hora por un sendero sin sombra pero con unas vistas hermosas que incluyen el Salto del Indio, el nacimiento del Río Claro y los cerros aledaños.

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Los Pozones (Foto por Nicolás Vega)

 

Sin embargo, el gran highlight de esta travesía fueron los pozones cuesta abajo del río, un par de cascadas que, según otros visitantes, no tienen nada que envidiarle a Las 7 Tazas y resultaron siendo una espectacular sorpresa.

Para llegar a ellos solo hay que pasar el estero que bordea al refugio, siguiendo un sendero no muy claro, pero delimitado por pequeños tótems de piedra, bordeando la ribera hacia abajo hasta encontrarse con la primera de dos pozas alimentadas por cascadas de unos 5 y 10 metros de altura respectivamente, cayendo sobre una piscina de arena fina y agua cristalina en la que puedes nadar junto a salmones y truchas. Un paisaje que me mantuvo con la boca abierta todo el rato y me demostró que la aventura empieza cuando los planes fallan, que las expectativas no sirven de nada y que ante la frustración lo mejor es parar, recobrar el aliento y mirar alrededor a buscar ese algo rescatable que siempre, siempre estará ahí esperándote.

 

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