¿Y la alegría?

Una amiga que desde hace tiempo no es tan mi amiga una vez me dijo que le parecía que la gente verdaderamente feliz debía de ser muy tonta para poder vivir con tanta felicidad. Me parece que lo leyó en algún lado o se lo escuchó a no sé quién, pero yo lo escuché de ella y en el momento le di la razón.

Pensé en la gente que conocía que era verdaderamente feliz, pensé en mi mamá y en mi papá, pensé en su amor que siempre me pareció tan lindo, tan puro y tan inalcanzable. Pensé que mi papá y mi mamá no son tontos, o yo no quisiera creer que lo son.

Pero aún así por mucho tiempo le di vueltas a esa frase en mi cabeza y me imaginé que sí, que mucha de la gente verdaderamente feliz lo era porque en el fondo eran idiotas y no se daban cuenta de todo lo que estaba mal en este mundo triste, horrible y cruel.

Pensé que, obviamente como yo era muy inteligente y la ansiedad nunca me abandonaba, entonces por supuesto que nunca iba a saber lo que era la felicidad.

Todavía hoy no estoy muy segura de qué es la felicidad, ni como se alcanza, menos aún cómo mantenerla, pero sí sé que de pensarlo bien puedo reconocer millones de momentos en los que he sido simple, y quizás según aquella frase, tontamente feliz.

Esa amiga ya no es mi amiga en gran parte porque es una persona muy triste. De esa gente que le gusta ser miserable sólo porque sí y mira, a mí en verdad no me gusta nada sentirme así.

Sé que aquellos son algunos de esos rasgos que se asocian a grandes poetas, artistas brillantes y perturbados, la clase de persona que yo siempre, ilusamente, quise ser, pero ser triste y miserable en verdad es una mierda.

Te arruga el alma, el corazón y hasta la cara. Te ahogas de tanto llorar, se te acaban las lágrimas y ya no sueltas nada, sólo das esas asquerosas arcadas que deben ser lo más parecido a la muerte que hay.

Quieres gritar, pero no te sale voz, o de pronto sí te sale pero en algún momento se te acaba también y aún así sientes ese grito golpeándote el pecho queriendo salir.

Te enrollas en la cama en posición fetal porque sientes que te duele hasta el alma y que te falta un pedazo de ti que es indispensable para seguir viviendo, pero que no vas a poder recuperar jamás.

Piensas que vas a estar así por siempre y que la tristeza simplemente te va a matar, te va a llevar a un mundo que no va a ser cielo, ni infierno, ni purgatorio sino un limbo en el que vas a seguir siendo miserable porque ese es tu destino: Estar triste por siempre.

Para nosotros los que escribimos, o pretendemos hacerlo, estar triste puede ser hermoso porque las palabras te fluyen de las manos. Es como magia. Pero también lo hacen cuando estás feliz, cuando te enamoras y en el caso de algunos cuando te tomas una copa de vino o te fumas un pito.

¿Alguna vez has vuelto a leer, una vez pasado ese estado de angustia, lo que escribiste cuando estabas ahí? Yo lo he hecho y es deprimente, verdaderamente deprimente. Porque por más bonito que sea el texto a medida que lo lees se sienten las lágrimas, se siente el dolor y poco a poco te acuerdas de cómo estabas y se te va apretando el pecho, se te arruga la cara y todo parece más opaco.

Estar triste es una mierda y no me importa si pensarlo me hace tonta.

Es más fácil estar triste que estar feliz. Nada más hay que abrir un periódico, ver las noticias, escuchar a la mayoría de los políticos, revisar tu cuenta de ahorros, ver el facebook de tu ex, leer los comentarios de cualquier video en YouTube o acordarte de la muerte de alguien querido. Estar triste es tan fácil que hasta el más tonto puede hacerlo.

Por eso creo que mi amiga que ya no es mi amiga y seguramente es secretamente feliz estando deprimida estaba equivocada.

Me parece que son más inteligentes los que descubren cómo ser felices en medio de este mundo de mierda, triste y cruel. Los que a pesar de no saber qué están haciendo con sus vidas, leer que las bombas lanzadas por terroristas o ejércitos mataron a ya nadie sabe cuánta gente, saber que Maná todavía saca discos y ver perritos y personas hambrientas en la calle todos los días pasando frío, deciden hacer todo aquel esfuerzo extra que toma el ser feliz. Esas son las personas que hay que admirar.

Sólo espero que después de este texto me perdonen tanto Morrissey como Conrad, que tanto los quiero y tan miserable me han hecho. Yo mejor sigo peleando a ver si es que consigo a la dichosa alegría.

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