Ser morena nunca fue tema

Para mí, ser morena nunca fue tema.

No lo fue a los 9 años, cuando empecé a alisarme el cabello dos veces por semana para ocultar mis rulos. Tampoco cuando a los 11 me percaté que si tan sólo fuese blanca, seguro sería más bonita.

Nunca vino al caso cuando el afán de quedar bien en el grupo me llevó a negar un lado entero de mi familia, su cultura y costumbres; pues venir del barrio, escuchar vallenato y ser migrantes colombianxs no tenía ningún motivo de orgullo en un colegio de clase media alta de Maracaibo. 

A muchxs venezolanxs se nos enseñó que ser mestizo era un regalo – “menos mal que llegaron los españoles y nos mejoraron la raza”. 

Así, los azares de la biología y el escalado social me salvaron de discriminación segura, colocándome en la delgada línea entre “exótica” y “chana”.

Mientras en Venezuela se me enseñó a no cuestionar la historia, la migración, los viajes y la madurez me hicieron mirarla de frente, sólo para percatarme de que lo poco que sabía era terrible y que mis ojos negros y almendrados jamás conocerían verdaderamente su origen.

Puede que no sepa cómo resulté mulata, pero no por ello estoy libre de su carga. 

La siento cuando una elegante parisina se agarra fuerte a su bolso al cruzar junto a mí un callejón vacío, o cuando un hombre blanco de mucho dinero me ofrece algo de este para irme a tomar un trago con él. 

No sabré nada de mi propia historia, pero falta que me asome a un aeropuerto con pasaporte venezolanx o colombianx en mano para que la persona del otro lado del escritorio jure sabérsela toda. 

Ser morena no sería tema, si no fuera porque el relato asociado hoy a mi(s) nacionalidad(es) y color de piel se construye sobre un borrado sistemático, en el que una infinidad de memorias y acervos culturales desaparecieron para dar paso a una narrativa única en la que o soy víctima, o soy sospechosa. 

Aún así, reconozco mis privilegios, pues mi morenitud sólo ha sido hasta ahora fuente de incomodidades y cuestionamientos existenciales; mientras que para otrxs igual de mestizxs, morenxs, migrantes y latinxs es más un asunto de vida o muerte.  

Quisiera que el racismx no fuera tema tampoco pero este se sustenta, entre tantas cosas, en narrativas hegemóneas. Cada vez que asumimos que blancx=buenx, morenx=pobre o negrx=violentx estamos borrando cantidad tremenda de posibilidades, historias y contextos. 

¿No será ya hora de reescribir la historia? En nuestras manos está el lápiz, así que más vale empezar de una.

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