Me da miedo ser mujer

Ilustración por: Oriana Vargas.

Estoy sola en una fiesta post concierto. Se acabó el show, aún no tenía ganas de irme, un tipo me saca a bailar y yo, por las puras ganas de moverme, acepto. Basta con decir que el hombre estaba tan borracho que tras casi caerse sobre mí un par de veces antes que terminara la primera canción ya yo estaba viendo como zafarme.

No pasó mucho rato antes que intentara darme un beso, y a pesar de decirle que no una y otra vez, más se me acercaba y me aprisionaba hasta que eventualmente terminó plantándome la cara encima, con lo que se ganó tremendo empujón y mi huida, no sin antes aguantar un buen forcejeo de su parte.

Al contarle esto a un amigo unos días después no hizo más que reírse, regañarme por haberme quedado sola y burlarse un rato sobre lo borracho que debía estar el tipo. Yo también me reí del cuento y pasé pronto a otro tema de conversación como si nada, a pesar que en el fondo el acordarme de ello aún me daba repulsión, y los sentimientos de vergüenza y asco que se me mezclaron por dentro durante un par de días después del incidente aún me hacían ruido.

Como mujer, una está de cierta forma acostumbrada a este tipo de cosas. Creo que incluso muchas de nosotras aprendemos a tomárnoslo un poco como broma: Es tan común, que para qué molestarse.

Lo mismo pasa cuando te gritan cosas sucias por la calle, cuando sientes ese manoseo fugaz mientras vas caminando apretada en medio de una multitud – el típico “ugh, me agarraron el culo” – o cuando el tipo que tienes frente a ti en el metro no deja de desnudarte con la mirada. Una pone cara de asco, se voltea y sigue con su vida.

¿Pero qué pasa cuando ese manoseo, ese “piropo” y esas miradas se transforman en algo más? ¿Qué pasa si una empieza a darse cuenta que en verdad no está bien que te toquen, que te insulten ni que te incomoden por el sólo hecho de tener un par de tetas?

Si nos vamos a poner serios esa experiencia que tuve puede ser muy sencillamente clasificada como acoso sexual, y así como esa tengo montones más en el repertorio, como la vez que me pusieron algo en la bebida en un carrete y sólo me salvé de algo malo porque el único efecto que me provocó fue vomitar hasta el alma, o todas las veces que un hombre, extraño o conocido, me ha tocado o besado sin mi consentimiento.

“El acoso sexual es genéricamente la manifestación de una serie de conductas compulsivas de solicitud de favores sexuales con distintas formas de proceder dirigidas a un(a) receptor(a) contra su consentimiento. El acoso de naturaleza sexual incluye una serie de agresiones desde molestias a abusos serios que tienen la intención de llegar a involucrar forzadamente actividad sexual.”

La verdad es que todo indica que estamos acostumbradas a aminorar esto como “cosas que pasan” cuando en realidad se trata de mucho más que eso.

“Rape Culture” es un término usado en inglés que se refiere a la normalización de las violaciones y abusos a las mujeres en la sociedad. Cuando una figura de autoridad te aconseja vestirte más decorosamente o cuidar tu consumo de alcohol/drogas porque no hacerlo te vuelve carnada de violadores, eso es reforzar la “rape culture”. Se trata de que la violencia a la mujer está tan inmersa dentro de nuestro día a día que hemos aprendido a aligerarla y hasta justificarla.

Cuando hablo de violencia no me refiero a la penetración forzada o a los golpes únicamente. No, me refiero a toda clase de insinuaciones y movimientos de tipo sexual contra alguien sin su consentimiento.

Como mujer, una aprende que en todo momento es vulnerable a este tipo de situaciones. El miedo a un ataque existe y no se va nunca, sin importar lo que cada una de nosotras asocie a “ataque”.

Cada vez que camino sola por una calle poco transitada, cuando termino en algún lugar siendo la única mujer en un grupo de hombres que no son de mi total confianza, cuando tomo de más y alguien se ofrece a llevarme a mi casa, o simplemente cualquier momento en el que por equis razón me sienta insegura, lo pienso: “¿Será ahora? ¿Este es el momento en el que pasa? Me he salvado todo este rato pero ahora sí me va a tocar”.

Dudo que la rabia, miedo e impotencia que da el saber que una no tiene el completo control sobre su cuerpo sea algo que cualquier hombre alguna vez entienda. Sentir que este cuerpo no es nuestro al 100%, sino que está ahí para consumo público y que lo único que una puede hacer al respecto es intentar, en lo posible, defenderlo es, a lo menos, increíblemente injusto.

Me da miedo ser mujer porque odio no sentirme nunca completamente segura. Me da miedo ser mujer porque sé que en cualquier momento se me puede acabar la suerte que he tenido hasta ahora y ese temido episodio en el que alguien sienta la libertad de usarme para lo que se le venga en gana puede llegar, y entonces habrá nada que yo pueda hacer para evitarlo excepto quizás gritar, patalear, correr o suplicar.

Me da miedo ser mujer porque cuando hablo de este tipo de cosas con amigos hombres la mayoría no lo entiende.

Cada vez que alguno de ellos dice que tiene todo el derecho del mundo a mirar de arriba a abajo esa chica en escote y mini ya que, si no quisiera que la vieran, no andaría vestida así, ahí, me da miedo ser mujer.

Porque aunque en el momento él no lo vea como tal, esa clase de razonamientos son los mismos que le dan permiso a un violador de defenderse con un “si ella no hubiese querido no me hubiese coqueteado” o “sólo decía que no para hacerse la dura, pero por supuesto que quería”.

Ese tipo de razonamientos son los mismos que le hacen creer al mundo, incluso a nosotras mismas, que todo es nuestra culpa y que el hecho de que alguien se acerque a ti, te manosee, te bese o se te insinúe sin que tú lo desees, en verdad no es la gran cosa porque pasa todo el rato.

No es que yo me sienta una víctima, es que vivo de primera mano la realidad de lo que es ser una mujer en este mundo.

El abuso no se trata sólo de ese degenerado que salta de entre las matas a atacarte por detrás y violarte en un callejón. Al contrario, este puede venir de cualquier lado o de cualquier persona. Pueden ser palabras, un toqueteo o hasta una mirada inapropiada: Si te hace sentir incómoda está mal y no existe razón por la que debas aceptarlo.

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