Chao con los turistas: 5 lugares de verdad que encontré entre Los 7 Lagos

Al pisar Pucón por primera vez, uno de los principales puertos turísticos en la región de los Ríos, te percatas de que todo pareciera estar hecho para acomodar al turista. Desde las construcciones estilo alemán hasta las pasarelas llenas de publicidad que van hacia el lago Villarrica, todo parece prefabricado para complacer a un visitante. Sin embargo, aún quedan cosas reales en Pucón y entre los 7 Lagos que lo rodean y no me refiero únicamente al volcán maravilloso que se asoma en el horizonte.

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– Reserva Nacional Huerquehue:

Saliendo de Pucón hacia los pies de la cordillera está la Reserva Huerquehue. Es relativamente fácil llegar hacia allá tanto en bus, como en auto particular o a dedo. El camino va subiendo y te vas topando con casitas, cabañas y pequeños negocios y te imaginas lo lindo que debe ser vivir en medio de la nada, con estas vistas del valle, el volcán y los lagos. Son varios los senderos entre los que uno puede elegir en la Reserva, en mi caso elegí el de Los Lagos, uno de los más largos. Una caminata de 3 horas entre la selva valdiviana y bosques de araucarias te lleva hacia 2 cascadas y 3 lagos escondidos de aguas transparentes y calmas, entre las que se puede ver claramente los restos del bosque, el paso de miles de millones de años hasta llegar al día de hoy.

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Aquí tengo que hacer un apartado especial para hablar de las Araucarias porque son los árboles más fascinantes que me he encontrado jamás. Para los mapuches y pehuenches, culturas originarias de la zona, este es un árbol sagrado y la fuente de su alimento principal, los piñones, por lo que el hacerle daño a una araucaria es para ellos pecado capital. Ellas pueden vivir hasta mil años y datan de la época de los dinosaurios, crecen hasta los 50 metros de alto y son incluso capaces de resistir lava y fuego, por lo que crecen a las faldas de volcanes y adornan todo el camino entre los 7 lagos. Desde que las conocí me fascinaron, las busqué, las soñé, las dibujé y por fin aquí las encontré, las abracé y a su lado me sentí pequeñita, ínfima, como un puntito en la inmensidad de este planeta que existe desde hace tantos millones de años y que seguirá existiendo mucho después que yo me haya ido.

A veces es necesario que el mundo te recuerde lo realmente pasajero que eres.

 

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– Lago Caburgua, Playa Blanca:

El Lago Caburgua es uno de esos puntos turísticos que cualquiera menciona cuando habla de Pucón, sin embargo es la Playa Negra la que parece ser más concurrida. A mí personalmente me gustó mucho más la Playa Blanca, en especial porque cuando empiezas a caminar lejos de la playa en sí y te topas con las rocas entras a un área poco transitada, con piedras gigantescas y milenarias en las que te puedes fácilmente sentar a tomar el sol o, si no te da miedo el agua y los troncos viejos que hay en sus profundidades, puedes buscarte un trampolín natural desde el cual saltar directo hacia las aguas frescas del Caburgua y nadar, nadar y nadar en ese lago inmenso, mirando hacia el cielo y las araucarias que lo bordean.

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Un amigo en el camino, con el Lago y el Volcán de fondo.

– Lago Panguipulli: 

En la zona circundante a Pucón de verdad hay 7 lagos y un montón más de pueblitos y pequeñas ciudades. Está Villarrica, Lican Ray, Choshuenco y varios más, y aunque todas ellas tienen sus encantos y son ciertamente mucho más “reales” que Pucón y menos dirigidas al turista, Calafquén y Panguipulli se llevan mi cariño por un par de razones muy simples: La amabilidad de los locales y la vista hermosa que tienen del Volcán Villarrica.

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Da lo mismo qué día de la semana llegues, y esto lo he comprobado preguntándole a los locales y a gente que ha estado de paso, Panguipulli y Calafquén son tranquilísimos aún en temporada alta. Las une el mismo lago, el Panguipulli, de aguas tibias y calmas como las de los otros 6 lagos que forman parte de este circuito y quizás es eso que tienen en común lo que hace que en ambos sitios haya conocido gente tan amorosa, como el amigo que nos ofreció llevarnos de Lican Ray a Panguipulli luego de varias horas haciendo dedo, para terminar recomendándonos a mi compañero en ese tramo y a mí un lugar perfecto donde montar nuestra carpa, justo bajo los sauces llorones que otorgan sombra natural y protegen de la lluvia por todo el rededor de la orilla, o la señora que recogimos en el camino y a cambio nos dejó tomar todas las manzanas que quisiéramos del huerto de su casa, y cómo no mencionar a mis amigos italianos, que una vez que volví a recorrer el camino sola me invitaron a su casa en Calafquén, me dieron cena y una cama limpia y hasta me consiguieron hospedaje en la que sería mi próxima parada.

Sí, mi experiencia aquí es altamente subjetiva pero espero sirva de motivación para que, si pueden tomarse el tiempo, se den una vuelta por este par de lugares tan cargados de buena energía y se recuesten bajo esos sauces a pasar una tarde admirando el paisaje y todo lo bonito que tiene esta vida.

– Puerto Fuy: 

Mi plan original al dejar Pucón para recorrer los alrededores era seguir a la Reserva Huilo Huilo, pero en el camino me llegó la noticia de que Huilo Huilo no era sino más bien un parque privado en el que cada sendero te lo cobran por separado y así como es una de antisistema pues no estuve de acuerdo, por lo que pregunté a mi amigo de Panguipulli a dónde iría él y ahí fue cuando escuché por primera vez el nombre Puerto Fuy.

Se trata de un pequeño pueblito pasado Huilo Huilo, bordeando el Río Fuy  y el Lago Pirihueico en el que no hay mucho más que hacer excepto deslumbrarse por el paisaje increíble que lo rodea. Fue en Puerto Fuy donde por fin vencí mi miedo a acampar bajo lluvia, cuando al final de un día en el que no paró de llover logré poner todos los consejos en práctica y montar mi carpa a las orillas del río y tanto yo como mis cosas sobrevivimos sequitos las siguientes dos noches en las que la lluvia no quiso parar nunca. Fue en Puerto Fuy donde vi por primera vez un río de color esmeralda que aún me acompaña en sueños y en el que me sigo arrepintiendo no haberme armado de valor y saltado a nadar, porque, incluso después de haber visto más y más ríos espectaculares a medida que seguí bajando hacia el fin del mundo, ese tono esmeralda brillante del Fuy me sigue pareciendo incomparable.

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Fue también aquí donde tomé el barco que atraviesa el lago Pirihueico de punta a punta y vi por primera vez la maravilla que son los fiordos y sus cascadas que alimentan el agua, junto con el súper Volcán Mocho Choshuenco, uno de los tantos de la zona de los 7 lagos, asomándose a la distancia en el breve momento en que el cielo decidió despejarse y darme un regalito.

Amé Puerto Fuy porque durante dos días lo tuve casi para mí solita, porque fue el primer asomo real a esa calma profunda del sur de Chile que te atrapa y terminó siendo el regalo más valioso que me dieron esos 4 meses de viaje.

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El camino a Río Plata

– Río Plata: 

Hay lugares que se quedan contigo por siempre. Uno los reconoce apenas los ve, pone un pie ahí y sabe que en verdad no se va a ir nunca sino que va a llevar ese sitio grabado en la memoria y en el corazón, pase lo que pase. Río Plata es para mí uno de esos.

“Pasado el aeródromo por el camino internacional llegas a unos galpones, de ahí ves un caminito que va hacia tu izquierda y hay que seguirlo hasta que llegues a un puente colgante, lo cruzas y sigues caminando hasta la desembocadura del Río Trancura”, esas fueron las instrucciones dadas, así que con un compañero humano y otro perruno ese día partimos al mediodía, caminando, sin saber que eran 6 kilómetros de camino de tierra, sin sombra y bajo el sol los que nos separaban de un lugar que ni siquiera teníamos idea cómo iba a ser. Pero en el camino una camioneta nos recogió y nos dio un buen aventón hasta que llegamos, atravesamos otro puente colgante y ahí lo vimos: El volcán inmenso, un pequeño bosquecito, bancos de arena blanca y el agua color plata del río uniéndose con el Lago Villarrica para formar olas y entibiar el agua, creando la playa más hermosa que he visto en Chile hasta ahora, la más similar a lo que es mi Caribe amado, con esas olas que te mecen y una temperatura perfecta para el baño, pero con un volcán gigantesco asomándose en el horizonte, una vista como ninguna otra en un lugar como ningún otro.

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Foto por Nicolás Navarrete.

Lo que más me duele es no haber tomado fotos de este sitio. Se lo dejé a la suerte de mi cámara análoga y así como funcionan estas cosas ocurre que no salieron (por eso esta foto de arriba prestada), pero en mi memoria tengo grabado por siempre este sitio y este día, así que espero mi descripción haya sido suficiente para que se animen a visitarlo y generar sus propios grabados mentales. Les prometo que esas vistas se quedarán con ustedes por siempre.

Nunca esperé quedarme tres semanas recorriendo la región de los 7 lagos, pero el destino así lo quiso y vaya que valió la pena, porque incluso entre las hordas de turistas se esconden tesoros inmensos y tuve el gran placer de descubrirlos.

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