Concepción y la belleza de lo no excepcional

Hace mucho que pienso en la idea del hogar no como un lugar físico, sino emocional.

Home is where the heart is.

El hogar puede estar en tantos lados: En la casa que habitas, en donde está tu familia, en donde está tu mejor amigx, en tu bosque favorito, a la orilla de una playa que te hizo sentir en casa apenas la pisaste, en una carpa que se mueve contigo de lado a lado, en una casa llena de nuevos amigos.

Cuando llegué a Concepción llevaba mes y medio en ruta y estaba buscando un lugar donde parar. Una de las primeras cosas que me preguntó Kuko, uno de mis hosts de Couchsurfing fue “¿Cuánto te quedas?” le respondí que pretendía estar en Conce un par de semanas para trabajar y hacer algo de dinero, pero que no quería abusar de la hospitalidad así que solo me quedaría con él y sus compañeros de casa por unos 3 o 4 días, ante lo cual Kuko me paró y me dijo que no me preguntaba por eso, que me podía quedar cuánto quisiera, “hay gente que se ha quedado meses”, que lo que quería saber era con cuánto tiempo contábamos para llevarme a conocer Concepción y sus alrededores.

Más tarde Kuko, Toto, Oso y Adrián, mis hosts, me dieron la bienvenida oficial a su casa con una rica cena, mucho vino y risas de sobra y por primera vez en mes y medio me sentí tal cual como si ese también fuese mi hogar.

Me pasa algo curioso cuando intento abarcar la experiencia de Concepción dentro de mi viaje y es que si me pongo a echar memoria, en esta ciudad no me marcaron especialmente los lugares, sino la gente y las experiencias que viví junto con ellos.

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El camino hacia Punta de Parra, una playa escondida en Lirquén a la que se llega siguiendo las antiguas vías del tren

Sí, Tomé es un pueblito muy lindo con playas muy agradables, Concepción cuenta con una escena musical relativamente pequeña, pero fantástica y muy variada y la comida callejera del Barrio Chino en Lirquén ciertamente es una cosa excepcional, pero más que esto cuando pienso en Conce recuerdo la tarde en la que, mientras preparaba panqueques para vender en el parque, la banda de uno de los chicos ensayaba en la casa, tocando la mejor música que escuché en vivo en 4 meses de recorrido.

O cómo no acordarme de mi penúltima noche, cuando con un nuevo amigo – que luego se convertiría en compañero de viaje – tomamos melón con vino a escondidas en una taberna en donde la única extranjera era yo, mientras los locales se desparramaban de felicidad cantando y bailando cuecas toda la noche. Ese día hice mi primer real intento de bailar una cueca, pisé a mi compañero, lloré de la risa, intenté aprender a silbar fallidamente y me quedé dormida con una sonrisa enorme, feliz de haber llegado a esta ciudad donde no pasa mucho, pero pasa de todo, donde no fueron las actividades ni las vistas, sino la compañía y el cariño los que hicieron que esta fuera una de mis paradas preferidas.

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El atardecer no excepcional de un día muy alegre, pero solo excepcional por su cotidianidad

Concepción sirve para recordarme que la felicidad de viajar no está solamente en ver y recorrer lugares, probar comidas o hacer montones de actividades y recorridos, sino que también puede estar en las cosas más simples: Una cena entre amigos, el bailar sola en una disco repleta, una caminata en la noche por una ciudad que parece vacía, las buenas conversaciones o una tarde sin salir de casa, compartiendo risas e historias, sabiendo que estás exactamente donde tienes que estar.

Así mismo, el hogar puede estar en un lugar que conoces desde siempre, o en uno donde solamente estuviste dos semanas de febrero y al que no sabes siquiera si algún día volverás.

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