¿Y qué sentido tiene? – Caraíva, Brasil

 

Cualquier clase de cosas pueden pasarte por la cabeza mientras estás parada a un lado de la ruta haciendo dedo, pidiéndole al azar que llegue pronto tu empujón hacia destino.

A orillas del camino he resuelto casi todos los problemas de mi vida para seguir inventándome nuevos, he repasado infinitos momentos, protagonizado toda clase de películas y desenhebrado cualquier cantidad de cuestiones filosóficas.

Sin embargo, hacer dedo a veces no tiene sentido, o eso me digo a mí misma tras hora y cuarenta a un lado de una ruta de tierra por donde no ha pasado nadie más que las moscas que me revolotean encima. De dónde salen y por qué me encuentran tan atractiva no puedo saberlo, pero me llama la atención como teniendo tan solo días de vida decidan malgastar un tercio de uno colmándome la paciencia.

Entonces, con la creatividad alborotada gracias al aburrimiento trazo un paralelo entre los humanos y las moscas. Nosotros, que con suerte podremos aspirar a unos 80 y tantos años en promedio en este planeta y decidimos voluntariamente pasar tantos de ellos haciendo infinidad de cosas que nos reportan 0 satisfacción real solo porque el jefe, la sociedad, el Estado, el sistema o la familia dijo que había que hacerlo. Tantos años esperando las vacaciones, la jubilación o que nos ganemos la lotería. Un golpe de suerte para cambiar una vida.

O en mi caso, un poquito de ayuda para llegar hasta Caraíva. 

¿Cómo tanto, si lo que quedan son 25 kilómetros de camino?

caraiva al atardecer hacer dedo

Caraíva al atardecer.

Hacer dedo no tiene sentido, me repito. Y la verdad es que no, quizás no lo tiene, pero es esa la manera de viajar que he elegido y ojalá me dé el cuerpo para seguir eligiendo, por ninguna otra necesidad que la de compartir un instante de vida con alguien totalmente al azar, intentando probar la teoría de que el solo hecho de compartir una condición de humanidad es suficiente para que algo encontremos de lo cual conversar.

O quizás es simplemente que prefiero ahorrarme un pasaje para invertirlo en una comida, más específicamente ese pescado frito con “feijao”, arroz y farofa que con tantas ganas me estoy imaginando mientras pienso en todo esto.

En cualquier caso, el espacio de tiempo entre aventones ciertamente puede ser bien aprovechado. Ante todo, la clave es no desesperarse y a ello me refiero no solo a no ponerse ansioso o nervioso, sino a literalmente no perder la esperanza. Por que amiga, – me digo a mí misma- la carona* ya viene. Está en camino, se atrasó al salir, se le quedó el celular en casa y se tuvo que devolver. En fin, paciencia, que viene en camino.

Porque si fuera a ser que no viene ¿Qué sentido…

… Interrumpo el flujo de esa frase de la misma manera abrupta que la interrumpió entonces una nube de tierra con un carrito pegado al piso, ese que llegó para llevarme a destino. Y qué destino.

Caraíva, la joyita oculta del sur de Bahía. Un puntito en el mapa al que se llega tras varias horas saltando por caminos de tierra rojiza, bordeando campos llenos de vacas flacas y acaloradas que se alternan con retazos de selva tropical y charcos en la ruta arcillosa capaces de tragarse un auto. En este pueblo construido sobre arena fina los autos no entran, pues no tienen donde transitar ni cómo cruzar el río que, desembocando en el mar, convierte a Caraíva en una pequeña isla de tierra firme al lado del Atlántico. 

Aquí los zapatos no solo son opcionales sino una molestia, así que lo mejor será caminar tranquilo y pausado, tomándose el tiempo para apreciar el arte que impregna sus murales, el viento que corre y refresca y los colores del agua reflejando el cielo.

Costa de Caraiva

A este lugar he llegado para darme cuenta que tanto viaje valió la pena y la espera, las moscas, el calor y las molestias se hacen nada cuando me siento en la ribera y miro asombrada a los caballos que a nado cruzan el río acompañados de sus jinetes flotando en canoa. Entonces, mientras escribo estas líneas le doy vueltas en mi cabeza a la afirmación que las inspiró. Qué sentido habrá tenido, ciertamente, si no fue todo para llegar a este sitio en este preciso momento. 

Pues en medio del aburrimiento y el hastío debería ser capaz de recordarme a mí misma que tanto en el viaje como en la vida el sentido no siempre llega hasta que llega, y la forma en la que he escogido moverme resulta – al menos para mí – importante cuando al final de todo me he quedado con una historia, un recuerdo, una reflexión o una vivencia que le entregue valor a esta fugaz existencia.


*Carona: Llevar en portugués. Dar carona, llevar, dar un paseo a alguien.

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