Viajar es un privilegio

Está muy de moda hablar de viajes perfectos.

No pasa un día en que no vea una foto o un video hablando de la importancia de dejarlo todo y arrancar, ponerse a recorrer el mundo. Que es lo mejor que puedes hacer por ti, dicen, que es la única manera de verdaderamente vivir, dicen también. Y sí, quizás para ti viajar es en verdad lo mejor que puedes hacer por tu vida, pero quizás no.

La verdad es que no todos podemos, ni queremos tampoco, dejarlo todo para viajar, no hay tampoco una única manera de vivir, ni una solución mágica a todos los problemas y aunque ciertamente para muchos de nosotros no se necesite mucho más que las ganas para hacerlo, viajar es también un privilegio y hay que reconocerlo.

El tipo de post esnobista que no soporto...

El tipo de post esnobista que no soporto…

Al estar yo escribiendo esto y tú leyéndolo ya somos más privilegiados que millones de personas que no tienen acceso a internet o siquiera un computador, millones de personas que no saben ni siquiera leer y para quienes muy probablemente el tema de viajar es una cosa que ni se plantean la mayoría de sus días.

Con esto en cuenta y denotando ese primer punto podemos partir con que, en mi experiencia muy personal, para la mayoría de las personas con quienes he hablado al respecto aquello que les impide viajar es, por una parte, cosa de perspectiva (Están seguros de que viajar es muy caro, por tanto no buscan ni entienden una manera de hacerlo gastando menos) y otra de prioridades (Viajar no es en realidad una prioridad, por tanto mi dinero es invertido en otras cosas que considero más necesarias).

El tema de las perspectivas lo abarqué bien en un post anterior sobre lo que realmente me cuesta hacer un viaje largo y en el de las prioridades mi respuesta es que, tanto yo como la inmensa mayoría de la gente que me ha hecho un comentario del tipo “¡Ay quién viajara como tú!” tenemos el privilegio de elegir lo que nos importa en esta vida, el orden de esa lista y cómo actuar respecto a ello:

Para mí viajar es más importante que comprarme ropa, ir a conciertos, salir a comer y hasta tener un lugar fijo donde vivir. Cada vez cuento con menos posesiones materiales y les doy muy poca importancia además, por lo que el tener un sitio donde guardarlas no me interesa así que no necesito una casa ni quiero tenerla. No necesito ni quiero un auto propio, lo mismo con la familia y los hijos; mi idea de desarrollo profesional es una muy personal y no tiene nada que ver con quedarme fija, así que mire por donde mire, no tengo nada que me ate a estar parada en un solo lugar.

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Para mí, una vista así vale más que cualquier objeto material.

Es en base a todo esto que elijo vivir, actuar y gastar. Por fortuna tengo el privilegio de hacerlo, así como tengo muchos otros:

– No tengo ni he tenido jamás hijos, familiares ni nadie a quien mantener excepto a mí misma. Ahí sí que muy seguramente cambiarían mis prioridades.

– No tengo deudas de ningún tipo.

– Tengo un alto nivel educativo, con título universitario y todo, lo cual me permite acceder a puestos de trabajo mejor remunerados y otras facilidades – como el haber podido aplicar fácilmente a una visa de residencia cuando me vine a vivir a Chile – que aquellos que no cuentan con ello.

– Hablo más de un idioma, siendo uno de estos el inglés lo que resulta bastante útil al momento de recorrer el mundo, no solo para comunicarte con otros – 1,500 millones de personas en el mundo hablan este idioma -, sino también para acceder a oportunidades laborales o voluntariados. Si intentas trabajar en la industria del turismo el inglés es prácticamente obligación e incluso fuera de ella, cada vez más empleadores favorecen a angloparlantes.

– Vivo en un país en el que mi nivel educativo me permite acceder a un salario suficiente para cubrir los pocos gastos que tengo y además ahorrar. No es que en Chile esta tarea sea fácil, pero al menos continúa siendo posible y los sueldos a los que accedo, aunque no son precisamente buenos, me confieren algo de nivel adquisitivo. Si me hubiese quedado viviendo en Venezuela, por ejemplo, donde la inflación es astronómica y los sueldos no alcanzan literalmente ni para comprar comida, la historia sería muy distinta.

– Tengo excelente salud y condición tanto física como mental. Mi cuerpo y mi mente funcionan tan bien como puede hacerlo el de una persona de 28 años y no puedo quejarme ni siquiera de una alergia alimentaria, pero ciertamente no debe ser tan fácil recorrer el mundo en silla de ruedas o padeciendo de alguna enfermedad mental, por lo que me considero sumamente afortunada y agradecida de mis condiciones.

– Vengo de una familia de clase media alta, con padres dedicados quienes se preocuparon por darme todas las herramientas que necesitaba y que pudieron otorgarme para salir adelante en la vida. No, ellos no me mantienen y ni siquiera me ayudan económicamente desde hace mucho, pero mientras viví bajo su techo jamás me faltó nada y además me educaron, apoyaron y posibilitaron mi desarrollo personal de manera que el transitar por este mundo como una persona adulta e independiente no se me hiciese especialmente duro.

Así que sí, si nos vamos a las del azar (aunque no creo mucho en eso), asumo que en esta vida he tenido bastante suerte. Es algo que agradezco todos los días y me parece importante señalar, puesto que en el discurso actual de “dejarlo todo para irse a viajar es genial/posible” no se abarca lo suficiente.

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Hay casos de gente que se las arregló para hacerlo sin un solo peso, están los que se mueven únicamente a dedo, los que consiguen gastar no más de US$7 al día, los que se la van costeando a punta de trabajar en cada lugar al que lleguen o ahorran por años para materializar su sueño y los que combinamos todas estas técnicas hasta encontrar la que más nos gusta y nos funciona, pero lo que todos tenemos en común es que hemos logrado hacer algo con lo que la mayoría solamente sueña y ya eso es un privilegio en sí. 

Este post no es para hacerte sentir mal por tus decisiones o tu fortuna, es simplemente para recordarte que lo más importante del privilegio es reconocer su existencia, entender que no a todos nos tocaron los mismos y, si las fichas estuvieron a tu favor, agradecerlo un montón.

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