Se cayó el Sistema

¿Cómo se vive la vida sin sistema? Llégate a Venezuela. 

Nunca fuimos parte del sistema porque el sistema no quiso que lo fuéramos. 

En Venezuela los servicios públicos no se pagan, son gratis. La luz, el agua, la educación y la salud son, en papel, de libre acceso para todos y cada uno de los ciudadanos venezolanos – Lo cual sería perfecto si tan sólo aquellos servicios públicos tan siquiera existieran. 

La gasolina se regala, pero si estás cerca de la frontera mejor te sale agarrarla y venderla. El sistema no existe, no funciona y por tanto, cada quien ve cómo se las arregla. La idiosincracia y la cultura venezolana han, efectivamente, evolucionado en torno a este mismo dilema. La anarquía desmedida como rasgo forjador del carácter y la vida. 

Sobrevive el más vivo y aunque no quieras, no queda más que esa.

Hay gente a la que le da miedo que Venezuela se vuelva un Estado neoliberalista. Otra pequeña colonia gringa. Lo que no entienden es que desde hace 500 años Venezuela es colonia de todos, pero una colonia indómita, pues aquí todo se desarrolla a su manera y aunque intentemos, nunca jamás vamos a dejar de ser un Macondo cualquiera. Realismo mágico. Tierra sin ley.

En una calle paralela al Club Hípico se reúne un grupo de vecinos, a lo mucho llegarán a ser 100 o 150. Hacen una pequeña rueda alrededor del punto central, un treintañero carismático con los primeros asomos de canas sostiene un micrófono y sonríe a diente pelado. Encantador. Elocuente. Simpático. Con una facilidad retórica que de amenazante no tiene nada, pero por lo mismo, resulta siendo peligrosa. 

Juan Guaidó, el presidente autoproclamado de Venezuela se sienta ahí con su primera dama calladita a un lado para imaginarse una Navidad futura en la que Venezuela ya no vive en dictadura. Una Navidad sencilla en la que la familia toma café y abre regalos, se encuentra toda reunida recordando anécdotas del pasado, aquellos años lejanos en los que el tío Juan Carlos tuvo que irse caminando hasta Perú, no había gas para cocinar las hallacas y el proceso de prepararlas se volvía extra largo debido a la falta de mano de obra. 

El pasado en el futuro es el presente que hoy vivimos y Guaidó cuelga aquella fantasía de un día lejano frente a nosotros como si de una cereza se tratara. A la multitud le encanta. La mitad son viejas enamoradas que no pueden esperar a morder la cereza que tan apuesto joven les guindara encima. 

Para ellas el presidente es este y el usurpador aquel otro. Para mí no son más que versiones distintas del mismo personaje que en el spotlight político venezolano lleva la vida entera asomado, pues aquí el futuro siempre es lejano y siempre involucra volver a un tiempo en el que, no era que la miseria no existía, sino que al menos no estaba tan repartida. 

En su discurso se habla de cómo estamos cada vez más unidos y cuántos países ya lo reconocen como presidente legítimo. 

Ojalá el reconocimiento sirviera de algo más que para rellenar primeras páginas, pues mientras él sonríe, viaja, busca apoyo y llama a la unidad, en la tierra que se supone está intentando liderar el suelo cada día se hunde más y la gente atiende cada vez menos promesas. 

No hay tiempo para soñar cuando la prioridad está en aguantar. 

Resistir. 

Sobrevivir.

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