El camino a la Sierra es color amarillo. Amarillo como la tierra seca, con unos cuantos brotes de verde aquí y allá.
Los ríos en el camino parecen más bien charcas, aunque en algún momento debieron ser grandes afluentes; el testimonio de ello lo dejan sus piedras. A ellas la sequía no las destruye.
Nos cuentan que por allá en Guasare, que es lejos, pero lo suficientemente cerca, lo que antes era bosque ahora sólo es montículos de tierra. Amarillos también.
Encontraron carbón y trajeron las máquinas. El extractivismo cumplió su función.
Juyasirraín significa tierra de lluvia. Así llamaron los Yukpas a nuestro destino aunque dice Teo, uno de sus habitantes, que las lluvias han disminuido cada año más.
En Juyasirraín hay árboles de todos los tamaños, el río borbotea entre las piedras y nos despiertan cada mañana los gritos de los monos araña, que con sus piernas largas se balancean entre las ramas más altas.
La Sierra es un refugio. Un refugio para nosotros, citadinos aburridxs y para sus habitantes nativos. Pero así como tantos, corre peligro, pues la codicia avanza tan rápido como la guerrilla entre sus senderos y aunque a nosotrxs no nos interesa el carbón que se esconde en su suelo, a los dueños del mundo sí, y están dispuestos a lo que sea por obtenerlo, pues nunca aprendieron el valor del agua, la flora ni la fauna, sino el del dinero.
La Sierra está en peligro.
Sus comunidades, sus habitantes, sus paisajes y hasta el suministro de agua de las zonas urbanas aledañas está al borde de la extinción.
Un post en mi blog no cambia eso, pero no sé qué hacer más que anunciarlo, contarlo a voz alta así como nos lo contó Teo, invitarle a quien lea a hacer ruido al respecto.
Que la Sierra no muera en silencio.
Estas organizaciones trabajan para proteger la Sierra de Perijá y cualquier gesto de apoyo, hasta el más pequeño, significa un mundo para este territorio olvidado:
