Hijos de la Dictadura: Gonzalo

Flickr.

*Hijos de la Dictadura es una serie de crónicas que relata, desde el punto de vista de quienes los vivieron cuando niños, los últimos años de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile*.

GONZALO – 1978 – LO ESPEJO

Para mí era normal acostarme temprano, a eso de las 8 u 8:30, incluso en verano cuando a esas horas aún había sol. Yo vivía en una comuna popular y muy conflictiva, donde habían protestas y saqueos casi todos los días, así que mi mamá me mandaba a dormir diciendo “Usted tiene que acostarse temprano y quedarse ahí, porque le puede llegar una bala perdida a la cabeza” y no era mentira, era que toda la familia se iba a la cama desde bien temprano porque esas cosas de verdad pasaban.

Si bien mi familia era tranquila, estaban muy en contra de Pinocho y nunca me ocultaron nada. Tanto mi mamá como mi abuela me contaban siempre cómo eran las cosas antes, y cómo fueron las cosas después. Yo supe, por ejemplo, que cuando Allende no había nada qué comer, había que hacer filas hasta para comprar pan y mágicamente, al día siguiente que entraron los milicos al poder apareció todo en los supermercados, no fue que de a poco, mientras abastecían, no, fue que de un día para otro había todo lo que uno quisiera comprar.

Supe también cómo el día del golpe mi mamá, que aún estaba en el colegio, fue a clase esa mañana y se encuentra con una amiga del partido comunista que le advirtió que iba a quedar la caga’a así que se devolvió. Al llegar a la casa ve que hay un tipo escondido detrás del muro de la entrada: Iba escondiéndose de los milicos y se saltó la reja, se escondió detrás del muro y le hacía muecas a mi mamá para que no lo delatara, pero ella no pudo hacer nada cuando llegaron, lo agarraron y se lo llevaron, para luego entrar a la casa derrumbando puertas y revisando todo.

Directamente no conocí a ningún desaparecido, afortunadamente a nadie de mi familia le tocó, pero sí recuerdo cuando tenía como seis años que al papá de un compañero de clases lo agarraron y lo mataron. Me enteré también de cómo el marido de mi vecina, después de ser detenido, lo sacaron junto a los demás en una fila, con un circulito dibujado en el pecho, lo pusieron contra la pared y se salvó porque los contaron mal y él estaba de más en la fila: Faltaba un milico que le disparara.

En mi casa no había diarios, pero esas cosas siempre se sabían en el barrio. El noticiero de TVN se llamaba “60 Minutos”, pero la gente le decía “60 Mentiras por Minuto”, y al menos en la zona donde yo estaba el sentimiento que cualquier noticia te provocaba era que todo era falso.

Las cosas se sabían era por debajo de la mesa, por los panfletos, sobre todo. Yo de hecho me arrepiento de no haber salvado ningún panfleto porque los guardaba, hasta que mi mamá me los pillaba y me los quemaba. A ese nivel era el miedo que ella tenía, porque si te cogían con un panfleto te podían acusar de terrorista. Pero a mí me gustaban, había unos diseños que eran bacanes y yo encontraba bonitos los dibujos así que los escondía lo más que podía.

No sé cómo mi infancia podía haber sido distinta porque esa fue la que me tocó vivir, no tenía nada más con qué compararla. Para mí era normal acostarme temprano y ver los casquillos de balas, los restos de neumáticos, todo lo que quedaba de las protestas, al día siguiente cuando iba al colegio. Para mí existía sólo esto, yo ni me cuestionaba qué pasaba en otros barrios, para mí las cosas eran así y ya.

Había muchas hueás ridículas, como el toque de queda, que a la una de la mañana todo el mundo tenía que estar en su casa encerrado. El problema era que la locomoción dejaba entonces de funcionar a las diez o a las once… A un tío le pasó una vez que tuvo que quedarse en la oficina hasta tarde y luego le tocó caminar no sé cuántas horas para llegar a casa porque no habían micros, cuando en eso lo pillaron los milicos y se lo llevaron, estuvo toda la noche detenido y al día siguiente tuvo igual que ir a trabajar.

Estaba también aquella ley de que no se podían juntar más de tres personas, si te juntabas con dos amigos y llegaba un cuarto era una confabulación ilegal y eran terroristas que estaban planeando un golpe contra el Estado. Recuerdo que mi papá se juntaba con sus amigos a escondidas, en la parte de atrás de la casa, tomando y conversando con volumen bajito.

Para el plebiscito, la gente de mi barrio era como 90% del “No”, pero el “Sí” tenía sus buenos recursos y regalaban de todo. Por mi casa pasaban aviones volando bajito y de ahí lanzaban cajas con paracaídas, como en las películas, que iban llenas de regalos del “Sí”. Eso no me lo contaron, yo mismo salía a recoger lo que caía del avión: Poleras, pelotas, hasta canastas familiares llenas de comida, era una hueá ridícula. Tiraban pelotas gigantes y tú las veías caer lentamente del avión que pasaba; estoy seguro que si metían un camión o una micro la hacían pico y por eso tiraban las cosas desde el avión, porque eso no pasaba por Las Condes, ni por ningún otro barrio alto, no, pasaba por Lo Espejo.

Una de las campañas que hicieron fue para recordarle a la gente cómo se votaba y una amiga de mi mamá pasaba por la casa a enseñarle a mis abuelos a votar con unas papeletas de prueba, después de tantos años sin elecciones la gente ya ni se acordaba cómo se hacía eso.

El día de las elecciones todos fueron a votar súper temprano, al menos en mi casa. Como era voto obligatorio todo el mundo estaba inscrito y la motivación más grande era sacar a esa gente del poder.

Esa noche las calles estaban llenas de milicos y yo encerrado en la casa porque era muy chico. Las noticias eran súper confusas, de hecho el anuncio de que ganó el “No” salió súper tarde y la gente salió a la calle a celebrarlo hasta con champaña, tocando las bocinas, felices porque se acabó pacíficamente.

Después de tantos años de pelea y terminó acabándose con unas elecciones.